Iran: Trabajo precario significa vida precaria

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Cómo el desastre del puerto de Rajaee ejemplifica el ataque a las minorías étnicas baluch

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El 26 de abril de 2025, pocos días antes del Día Internacional de los Trabajadores, una explosión masiva sacudió el puerto iraní de Rajaee, causando grandes destrozos en edificios e instalaciones industriales y provocando al menos 57 personas muertas1 y más de mil heridas. Entre las víctimas había jornaleros inmigrantes racializados de la minoría étnica baluch, a muchos de los cuales la República Islámica de Irán les niega sistemáticamente documentos de identidad oficiales. El siguiente artículo, redactado y publicado originalmente en persa por Dasgoharān, un colectivo feminista baluch de Irán, explora cómo la acumulación de capital a través del puerto logístico más estratégico de Irán se entrelaza con la racialización y marginación de las comunidades baluch, produciendo condiciones de trabajo y vidas precarias.

Presentamos este texto como continuación de nuestros esfuerzos por fomentar las conexiones entre los movimientos sociales de Irán y los movimientos que se enfrentan a retos paralelos en otros lugares del mundo. El relato de las autoras sobre cómo el Estado iraní mantiene a los y las trabajadoras baluches indocumentados a merced de la clase capitalista ofrece una perspectiva útil sobre los acontecimientos actuales también en Estados Unidos y Europa. Las autoras sostienen que crear poblaciones indocumentadas bajo la tremenda presión del Estado es una de las formas fundamentales en que los gobiernos sirven a los intereses de los capitalistas, asegurando que un segmento de la clase trabajadora sea vulnerable a una intensa explotación. En 2017, en No Wall They Can Build, expusimos un argumento similar sobre el papel de los y las trabajadoras indocumentadas en la economía de Estados Unidos. En 2025, bajo Donald Trump, el asalto a los y las inmigrantes en Estados Unidos -tanto indocumentados como documentados- se ha intensificado considerablemente; hasta ahora, parece que el objetivo principal es aterrorizarlas y hacerlas más vulnerables.

El colectivo Dasgoharān se formó durante el levantamiento Jin, Jiyan, Azadi («Mujer, Vida, Libertad») en Irán. Su nombre hace referencia a Dasgohari, una antigua tradición entre las mujeres baluches: un pacto de compañerismo, solidaridad, ayuda mutua y hermandad. Significa que ellas, y nadie más, hablarán en su propio nombre.

Este texto ha sido traducido al inglés por Zmedia, una plataforma bilingüe independiente de medios alternativos que ofrece análisis, opinión y antecedentes sobre acontecimientos críticos. Zmedia, que publica en farsi e inglés, se centra en Irán, Afganistán y la región de Oriente Medio y Norte de África. Y en castellano y euskara por A Planeta otra plataforma que intenta potenciar la lucha y su información a nivel planetario.

Antecedentes

Situado en la costa norte del estrecho de Ormuz, en el Golfo, el puerto de Rajaee, una zona económica especial, es el mayor puerto comercial de Irán y desempeña un papel vital en la logística y la seguridad del país. Gestiona más del 85% del tráfico de contenedores de Irán y aproximadamente el 55% del comercio total de la nación. El puerto es un nodo crítico en las redes logísticas y militares de la República Islámica, especialmente en lo que respecta a la rama marítima del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC). Al parecer, en 2020 Israel lanzó un ciberataque que interrumpió las operaciones en el puerto, provocando atascos de camiones de reparto y retrasos en los envíos.

Como en anteriores incidentes catastróficos, tras el desastre del puerto de Rajaee, el Estado ha manipulado sistemáticamente el número de víctimas comunicado, ha abandonado a las familias de las víctimas y no ha ofrecido una explicación transparente de la causa de la explosión. Circularon numerosos rumores y teorías, desde la afirmación de que se trataba de un atentado terrorista israelí destinado a retrasar las negociaciones entre Estados Unidos e Irán hasta el sabotaje de los beneficiarios de las sanciones estadounidenses dentro de las clases dirigentes de la República Islámica, que se oponen a los avances diplomáticos. Una hipótesis emergente vincula la explosión a la creciente dependencia de Irán de China para los componentes críticos del combustible de misiles tras el ataque aéreo de Israel el 25 de octubre de 2024, que dañó significativamente las capacidades de producción de misiles balísticos de Irán.

Oficialmente, las autoridades iraníes han atribuido la explosión a la ignición de materiales químicos almacenados en el puerto, negando la presencia de cualquier carga relacionada con fines militares. No obstante, algunos informes sugieren que cargamentos de ingredientes químicos como perclorato de sodio y perclorato de amonio -sustancias clave utilizadas en los combustibles sólidos para cohetes- fueron transportados desde China a los puertos de Irán, incluido el de Shahid Rajaee. Estos envíos empezaron a llegar en enero de 2025 y, al parecer, fueron manipulados por la Fuerza Aeroespacial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica.


Del trabajo precario a la vida precaria

En el Día Internacional de las Personas Trabajadoras, se ha vuelto a dejar atrás un montón de cadáveres de trabajadoras y trabajadores. Los ataques contra las personas trabajadoras continúan desde todos los frentes. La sombra devastadora de la guerra, las amenazas militares y las sanciones no sólo ha hecho que las condiciones de vida proletaria en países como Irán sean cada vez más inestables, sino que también ha hecho que la organización y la protesta social estén más vigiladas y restringidas que nunca. Aunque es innegable que las sanciones y la intervención extranjera desempeñan un papel en la desestabilización de la vida de la clase trabajadora, la opresión abierta de los capitalistas «nacionales» en Irán requiere un examen más detenido, especialmente tras el desastre de la explosión del puerto de Rajaee.

Las autoridades han anunciado que cualquiera que tenga una persona desaparecida en Bandar Abbas debe presentar una muestra de ADN, una declaración que indica el elevado número de personas desaparecidas en el emplazamiento del puerto de Rajaee. Evidentemente, el número de trabajadores migrantes desaparecidos es elevado, y hay pocas esperanzas de que las autoridades den a conocer cifras exactas.

El puerto de Rajaee aplica estrictos controles de entrada y salida. Ninguna persona o vehículo puede entrar o salir del puerto sin autorización. Todo pasa por un control de rayos X. A pesar de estas estrictas normas, nadie sabe aún qué contenían los «contenedores no autorizados», ni cuántos trabajadores murieron. Pero sabemos bien que muchos trabajadores migrantes perdieron la vida. Se sospecha que el número de víctimas mortales baluches es mucho mayor de lo que se informa. Dado que los trabajadores baluch están empleados principalmente en trabajos manuales y manipulación de cargas en los almacenes del puerto, se cree que muchos de ellos murieron mientras trabajaban durante la explosión. Hasta ahora, de las setenta1 víctimas identificadas, se ha confirmado que once eran baluches.

¿Quiénes son los trabajadores baluch del puerto de Rajaee?

La Zona Económica Especial de Shahid Rajaee -y la provincia de Hormozgan en general- se ha convertido en un destino importante para muchos trabajadores [migrantes] baluch. Esto se debe a muchas razones: la constante demanda de mano de obra barata en la zona, su proximidad a la provincia de Sistán y Baluchistán (la región de origen de muchos trabajadores baluches), las raíces culturales y étnicas compartidas entre los baluches y los residentes de Hormozgán, el desempleo crónico en Baluchistán y la criminalización de medios precarios de supervivencia como el contrabando de combustible y el transporte de mercancías. Estos trabajadores baluch proceden de los segmentos rurales más empobrecidos de la población baluch. La mayoría no habla persa con fluidez y trabajan por los salarios más bajos en el calor sofocante del puerto de Rajaee durante los días más infernales del año.

Un grupo de estos trabajadores baluch está formado por los que, a pesar de tener licenciaturas o incluso másteres, están empleados en trabajos de bajo nivel, como guardias de seguridad en el puerto. Otro grupo está formado en su mayoría por jornaleros sin documentación legal [muchos de los cuales carecen de documento nacional de identidad o certificado de nacimiento debido a la denegación sistemática del registro civil a las minorías baluches]. Entran en el puerto por entradas laterales, como la puerta de Gandami, o incluso escalando el muro, un hecho que no es precisamente un secreto. Estos trabajadores no figuran en ningún registro oficial, lo que facilita a los empresarios su explotación.

En el puerto de Rajaee, aunque oficialmente está prohibido contratar a trabajadores sin documentos de identidad o sin la cartilla del servicio militar, se les puede emplear como jornaleros. Estos trabajadores se dedican sobre todo a trabajos manuales, limpieza, manipulación de cargas y obras de construcción. Los que residen en los dormitorios del propio puerto suelen ser trabajadores registrados. Sin embargo, los trabajadores no registrados -la mayoría de los cuales son baluches y proceden de Iranshahr, Saravan y los pueblos de los alrededores- suelen vivir en zonas rurales cercanas.

Precariedad: Una herramienta de disciplina laboral

En el puerto, la precariedad sirve como herramienta de disciplina y control de la mano de obra, que cada día se utiliza con más intensidad. Los trabajadores precarios no pueden protestar; sus nombres no se registran en ninguna parte, no se les identifica y, en consecuencia, son más fácilmente explotados y excluidos. La precariedad está profundamente interconectada con la condición de minoría -con ser baluch, estar marginado, ser indocumentado-, lo que le da una forma aún más violenta.

Los jornaleros baluch viven generalmente en los pueblos que rodean el puerto, uno de los cuales es Khun-Sorkh. Estos trabajadores emigrantes, al compartir su origen suní y su etnia baluch con algunas de las poblaciones locales, experimentan una forma de solidaridad con los residentes que les permite asentarse más fácilmente.

Khun-Sorkh es un lugar muy estratégico: está cerca de la refinería, la planta siderúrgica, la instalación de desalinización de agua y la central eléctrica; está cerca de la mayoría de los lugares de trabajo. Históricamente, varias enfermedades se han extendido por la zona, pero nunca se ha informado públicamente con exactitud y no hay información sobre víctimas. Por supuesto, a Khun-Sorkh no le faltan lujos: el gran hotel Persian Gulf, por ejemplo, está totalmente equipado para alojar a quienes se alimentan de la sangre de la clase trabajadora. Debido a su ubicación en un centro económico, los precios del suelo en la zona son extremadamente altos. Sin embargo, la parte de estos recursos que reciben los trabajadores baluch sólo les proporciona pobreza y una muerte lenta. Suelen alquilar viviendas en grupo y viven en condiciones pésimas, tanto en términos de higiene como de medios económicos. En sus días libres, estos trabajadores regresan a sus aldeas de origen y suelen participar en la economía local tradicional -más comúnmente, en la recolección de dátiles.

Los jornaleros que viven en estos pueblos suelen ser reclutados a través de intermediarios, que los presentan a los empleadores y los organizan en grupos para diversos proyectos. Los empleadores pagan a los intermediarios, y los trabajadores reciben su salario sólo después de que los intermediarios hayan sacado su tajada.

El mismo día de la masacre de Bandar Abbas, mientras atónitos trabajadores y trabajadoras buscaban desesperadamente los nombres o los restos de sus amigos y compañeros, el pueblo de Khun-e Sorkh se vació. En lugar de organizar campamentos provisionales o acoger a los trabajadores en la ciudad, los megaempresarios les dijeron que se marcharan y volvieran a sus casas, sin ofrecerles ni un céntimo. Mientras Bandar Abbas, herida y afligida, presenciaba raras y esclarecedoras escenas de solidaridad, mientras las mujeres de las familias trabajadoras repartían comida entre los rescatadores y los obreros, los que se dan un festín con la sangre de la clase obrera se negaron siquiera una noche a apoyar a las personas trabajadoras paralizadas por la conmoción y el dolor. Los ingenieros y el personal directivo huyeron de la ciudad. Sólo quedaron los guardias, encargados de proteger las máquinas en el aire tóxico y envenenado que dejó la explosión.

Las personas trabajadoras no cualificadas no ganan más de doce millones de tomans al mes (unos 150 dólares estadounidenses), y un billete de autobús cuesta casi un millón. La mayoría de los trabajadores baluches viajan desde zonas rurales remotas en rutas de varias etapas y se ven obligados a alquilar coches privados para algunas partes del trayecto. El día de la catástrofe, y el día después, estas personas trabajadoras - hambrientas, afligidas y abandonadas - se quedaron totalmente solas, sin una pizca de compasión o solidaridad. Dos días después, las autoridades escenificaron su farsa de «todo sigue igual», convocando a esos mismos trabajadores aplastados de nuevo al trabajo sin pagarles nada, sólo para demostrar que todo seguía «normal». En este sistema, la vida y la muerte de un trabajador migrante y marginado no significan nada. Es un sistema en el que los empresarios y los funcionarios del Estado sólo buscan una cosa: perpetuar la explotación y borrar la verdad.

El Estado capitalista y la vida precaria

Lo que se denomina división centro/periferia a escala mundial persiste también dentro de los Estados nacionales. En Irán, la periferia/minoría/margen adopta la forma de los baloch, los kurdos y los árabes. Esta marginación es la condición previa del orden existente; es lo que hace posible la explotación. Las personas y comunidades minorizadas, dentro del orden global, son representados como un problema, un obstáculo o incluso una amenaza. En este mundo, el transporte de combustible [es decir, el contrabando de combustible como trabajo de muchos baluchs] ya no es una economía de subsistencia: es un delito; el transporte de drogas ya no se considera mano de obra barata: es un delito; y el baluch ya no es un ciudadano: siempre es sospechoso.

El Estado no es un mero observador del mercado laboral, sino que produce y preserva activamente las condiciones que precarizan a las personas. Desregula, se abstiene de controlar las prácticas laborales, garantiza la «seguridad» a los empresarios reprimiendo a los trabajadores cada vez que hay una huelga o una protesta. El Estado considera que su deber es proporcionar tierra, energía barata y mano de obra precaria al capital. La minorización y la marginación, ya institucionalizadas en el Estado-nación iraní, se intensifican al servicio de los intereses del capital. En el Sur Global, los Estados han servido fundamentalmente como instrumentos para el desarrollo capitalista. El trabajo informal y precario no es un fenómeno periférico, sino que se encuentra en el centro mismo de la acumulación global de capital. Los Estados desempeñan un papel activo en la configuración y el mantenimiento de estas relaciones laborales y reproductivas.

Estos diversos modos de producción y reproducción se entrecruzan con las relaciones de clase, casta, género, etnia y religión. El trabajo precario no se define simplemente por la ausencia de un contrato formal; abarca formas complejas de producción y reproducción de las relaciones sociales. Los Estados sirven al capital configurando la legislación laboral, creando zonas de libre comercio y zonas económicas especiales y criminalizando la organización laboral. Debilitan las protecciones laborales y se ponen del lado del capital en los conflictos laborales.

Incluso cuando el Estado afirma apoyar a las personas trabajadoras, sólo finge defender sus derechos, mientras que en la práctica facilita la informalización e intensifica la precariedad. Con la aprobación del Estado, las empresas diseñan las fuerzas laborales de forma que reducen el poder de negociación de los trabajadores. Incluso antes de esta catástrofe, el trabajo portuario era una de las formas de trabajo más peligrosas del país. Los y las trabajadoras precarias e informales carecen de equipos y uniformes, y ni los empleadores públicos ni los privados han dado nunca prioridad a su seguridad física. Ahora, incluso cuando los trabajadores del puerto de Rajaee han visto cómo masacraban a sus compañeros, no se les permite dejar de trabajar, ni siquiera por un día. No pueden protestar. Ni siquiera saben si esos dos días en los que el puerto estuvo cerrado se considerarán permiso oficial o se descontarán de sus salarios.

Las relaciones sociales capitalistas no sólo producen explotación. También dividen y estratifican a la clase trabajadora: hombre/mujer, rural/urbano, agrícola/industrial, formal/informal, fijo/precario. En el actual capitalismo rentista-militar de Irán, el entrelazamiento de la marginación étnica, la subordinación de género, la opresión de clase y la precariedad ha forzado a los trabajadores a diversos grados de subyugación y explotación. Los y las trabajadores precarios de Bandar Abbas se sitúan en los peldaños más bajos de la jerarquía económica, a menudo empujados a los márgenes de la geografía y la lengua. Los que están subordinados simultáneamente en las tres categorías -clase, etnia y género- se sitúan en el epicentro de la violencia del capital.

En los márgenes, la precariedad no es sólo trabajo inestable. Las personas trabajadoras son aniquiladas ante nuestros propios ojos: son ahorcadas en público o quemadas vivas en los caminos del contrabando. Lo que pasa desapercibido son las vidas precarias que se extinguen en la intersección del trabajo inseguro, la opresión nacional y la injusticia de género y de clase. Hasta que la relación entre Estado, capital y trabajo no se entienda como un terreno de lucha por la vida misma, hasta que garantizar el derecho a la vida de todos las personas marginadas no se convierta en el centro de los movimientos de protesta, seguiremos siendo meros dolientes de cuerpos despolitizados y desaparecidos. Por eso, una de las cuestiones fundamentales del Día Internacional de las Personas Trabajadoras de este año, especialmente tras esta catástrofe, es la solidaridad entre las distintas luchas por la justicia social. La batalla más vital es liberar las posibilidades de vida, defender los derechos y el poder de los trabajadores. El movimiento hacia la solidaridad social y la organización autónoma de las personas trabajadoras, las mujeres y las naciones oprimidas no es sólo un eslogan; es una visión de futuro.

La antorcha que ilumina el camino de la lucha por los derechos de las personas trabajadoras es la defensa de la vida misma de aquellas que han sido marginadas, minorizadas y desposeídas.

  1. Los informes iniciales afirmaban que había más de 70 personas muertas y, de hecho, sigue sin estar claro cuántas personas murieron o cuántas están desaparecidas.  2